Los ojos compuestos* no se pierden nada
con su desagradable sonido chirriante,
mientras derraman gotas de veneno junto a mí.
Oscilando entre el negro y el rojo,
el mal me da caza.
No estoy solo, las hienas se ciernen
en torno a mí.
Un impulso dilatorio
se aferra a mi brazo y no me suelta.
Lo guardo en la boca para no dejarlo salir
mientras, atravesado por una aguja,
se contorsiona.
Esa imagen grabada en la miel desbordante
es arrancada y derramada en el hedor.
El amor, monarca del veneno mortífero,
no puede quemar el oro puro.
Ésta es la miseria de no creer en dar.
Traición, ojos codiciosos,
una crisálida en el lado oculto.
Mentirosos, ayudas malignas,
los síntomas de un niño perdido.
Los brillantes ganadores del amor retorcido
aún duermen.
¿Cuál es su deseo? ¿Te has dado cuenta?
Eso no es amor.
Mentirosos, ayudas malignas,
esas manos sostienen una moneda.
¿No se parecen los malhechores avariciosos
a las moscas?
*El título de la canción hace referencia a Belcebú, una divinidad filistea que con posterioridad se añadió al imaginario bíblico en forma de demonio. El epíteto de Belcebú es "señor de las moscas", de ahí las metáforas de esta canción, así como la novela de William Golding, El señor de las moscas.
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