En el espectacular cielo solitario
flotan estos pensamientos
que nunca morirán.
El frío viento trae consigo la nueva estación,
el anunciado invierno
que congela mi aliento.
La carta que te escribí
está empapada en mi voz,
que cae a tus pies
junto con la nieve blanca...
Mis crueles palabras te torturan.
Bueno, supongo que te sigue doliendo,
y en el interior de ese dolor,
lo que es cierto es que tú
seguiste mostrándome un rostro desconocido.
Sin ni siquiera pensar en tu dolor,
te hice sufrir sola en la oscuridad.
Quiero compartir contigo,
la persona que conocí
en el puro invierno blanco,
este dolor.
Siempre, inmutable,
a tu lado,
mientras las estaciones se suceden...
En la lóbrega habitación,
temo perderte mientras te ahogas en el vacío.
Até tus muñecas, tu cuerpo, tu cuello
y las puntas de tus dedos
con hilo rojo*
para que no pudieras desaparecer,
una y otra vez,
hasta que dejaste de forcejear.
Siento tu existencia
hasta el punto de dolerme.
Tu sonrisa rota fue lo primero que vi,
nuestros dedos se tocaron
y temblaron como si se estuvieran congelando.
Tú, frágil como si fueras
a desaparecer en la blanca nieve,
me muestras tu debilidad.
No llores, pues ya no estás sola.
Soñemos los dos juntos...
Vayamos al encuentro
de la primera tormenta de la estación.
Si esta Tierra llega a su desolado fin,
cojámonos de las manos y sigamos caminando
los dos juntos.
*En la tradición china y japonesa, el hilo rojo simboliza el destino y ata a aquellas personas predestinadas a conocerse. Por eso, en muchas bodas chinas se utiliza un hilo rojo como parte del rito.
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