La luna llena del mediodía
vertió sus lágrimas
en la dulce melodía de la lluvia.
Yo continúo pintando con mi dedo roto
ese sueño soleado que casi había olvidado.
Como una flor que brota,
el viento empuja mi cuerpo
sobre la curvatura de la Tierra.
Yo me río suavemente
mientras ardo sobre hojas marchitas
y renazco.
Si no hay ninguna voz capaz de alcanzarme,
acabaré con todo por ti.
Una y otra vez, seguiste repitiendo
los mismos errores;
todavía tiemblas de dolor.
En mi corazón,
la parada manecilla del tiempo
alcanzó los pensamientos emborronados.
El sueño bañado por la luz del sol
se desvaneció en el nocturno cielo blanquecino.
Dado que yo no consigo expresar esta tristeza,
la lluvia se ha convertido en mis lágrimas.
La luna me hipnotiza
y me hace saber que he dejado escapar
el instante preciso...
La muerte tiene un sentido.
Mi voz no logra alcanzarte.
Las últimas palabras que me diste
siguen sollozando aquí dentro.
Las lágrimas de la luna,
que han determinado no sufrir más,
se deslizan por mi corazón.
La noche vendrá a buscarte.
Mientras pintaba bajo el cielo derretido,
el paisaje descolorido me susurró:
un pecado que nada, ni siquiera el pasado,
puede perdonar.
Ardientes olas de luz te tragaron
mientras me sonreías.
Mientras te observo en la distancia,
lleno de paz,
sigo gritando tu nombre.
Nadie podrá volver a culparte.
Despierto del sueño
en el que acariciaba tus cicatrices
con dedos temblorosos.
Una y otra vez, seguiste repitiendo
los mismos errores;
todavía tiemblas de dolor.
Aún no puedo decirte adiós.
Sigo dirigiendo mis plegarias al sigiloso cielo.
Con voz dulce...
Con voz vacilante...
Continué rezando.
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