Cuando el amanecer luce brillante y nuevo
y el día se anuncia lleno de esperanza,
es fácil seguir el camino
como un rey por su pasillo real.
Ahí te quedas, en mitad del silencio,
en el vacío de un invierno sin fin,
sobre el hielo de un lago desconocido
en el corazón de la soledad.
Ahí te hallarás a ti mismo,
ahí sopesarás tu corona,
sobre el hielo del lago de la muerte,
en el espejo del tiempo.
Ahí te hallarás a ti mismo,
ahí sopesarás tu corona,
sobre el hielo del lago de la muerte,
en el brillante espejo del tiempo.
Cuando los días se vuelvan fríos
y los vientos se enfrenten unos a otros,
cuando la luz se vaya atenuando
y la oscuridad cubra cada camino;
atravesarás extrañas sendas,
te perderás en tierras desconocidas,
varado en orillas glaciales
en una llanura desolada dejada de la mano de Dios.
Ahí te hallarás a ti mismo,
ahí sopesarás tu corona,
sobre el hielo del lago de la muerte,
en el espejo del tiempo.
Ahí finalizan tus esfuerzos,
sobre la cara de un lago solitario,
bajo el peso de un cielo atemporal:
ahí es donde morirás.
Ahí te hallarás a ti mismo,
ahí sopesarás tu corona,
sobre el hielo del lago de la muerte,
en el espejo del tiempo.
Ahí te hallarás a ti mismo,
ahí sopesarás tu corona,
sobre el hielo del lago de la muerte,
en el brillante espejo del tiempo.
La muerte del rey.
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