Cuando llegó el fin del mundo,
pasó como un comentario incómodo.
Sin luz para los creyentes,
sin ningún científico restante en la oscuridad.
Y nadie tenía razón
y nadie se equivocaba,
no nos habíamos quedado solos
pero no encajábamos.
Cuando llegó el fin del mundo,
pasó como un comentario incómodo.
Cuando llegó el fin del mundo,
pensamos que eran tan sólo los lloros de los lobos.
No hubo tiempo para perdonar,
no hubo tiempo para culpar absurdamente.
Y el sonido era suave
y el clima era cálido,
el cielo había olvidado
formar una tormenta.
Cuando llegó el fin del mundo,
pensamos que eran tan sólo los lloros de los lobos.
Sabíamos que éramos los afortunados,
siempre habíamos estado en lo cierto
y siempre habíamos sabido que, si existe un infierno,
es una canción celestial cantada por aquellos
que siempre hemos considerado equivocados.
Cuando llegó el fin del mundo,
todos juraron que lo habían visto venir.
Independientemente de su credo o fe,
sabían que lo habían visto venir:
habían visto el patrón
en las escrituras o en Saturno,
en probetas o en latín,
en la antimateria de Dan Brown.
Llegó el fin del mundo
y todos juraron que ya lo sabían.
Cuando llegó el fin del mundo,
¡todos nos quedamos bastante aliviados!
Miramos nuestras fotos
y comprendimos lo que habíamos conseguido.
Ya no había por qué lamentarse
y pudimos olvidar nuestras necesidades,
todas nuestras pertenencias
se congelaron o las dejamos ir.
Cuando llegó el fin del mundo,
todos parecíamos bastante aliviados.
Sabíamos que éramos los afortunados,
siempre habíamos estado en lo cierto
y siempre habíamos sabido que, si existe un infierno,
es una canción celestial cantada por aquellos
que siempre hemos considerado equivocados.
Cuando llegó el fin del mundo,
me senté y me bebí mi earl grey.
Nadie tenía género ni se ponía violento,
nadie era hetero ni gay.
Nadie sufría
por la guerra o la religión.
Nos convertimos todos en polvo
y el polvo comenzaba a compactarse
para volver a empezar la historia...
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